No codiciarás: El décimo mandamiento y el cuidado de los deseos del interior

El Feliz Encuentro culminó con el estudio de los 10 mandatos que Dios compartió a Moisés. La prédica incluyó ejemplos bíblicos, situaciones cotidianas y una manera práctica de autoevaluación. “No codiciarás la casa de tu prójimo, ni a su mujer, ni a su siervo ni a su esclava, ni su buey ni su asno, ni nada que le pertenezca a tu prójimo”

El Feliz Encuentro meditó en el último mandamiento que se nombra en Éxodo 20. El versículo completo menciona: “No codiciarás la casa de tu prójimo, ni a su mujer, ni a su siervo ni a su esclava, ni su buey ni su asno, ni nada que le pertenezca a tu prójimo” (20: 17). A continuación un repaso de lo más importante de la prédica y cómo aplicarlo en una autoevaluación diaria.

Codiciar es desear con ansia riquezas u otros bienes que no tenemos. En la Biblia, la codicia es un pecado que se define como un deseo intenso o egoísta que pone en peligro derechos ajenos. Es desear lo no que debo desear; es decir, aquello que ya pertenece a otra persona. Por ejemplo: puedo desear un auto, pero no específicamente el auto que ya es de mi vecino.

Tres puntos a considerar:

  • La codicia es la semilla o el germen desde donde nacen los pecados contra el prójimo.

“La serpiente era el animal más astuto de todos los que Dios el Señor había creado. Así que le dijo a la mujer: «¿Así que Dios les ha dicho a ustedes que no coman de ningún árbol del huerto?» La mujer le respondió a la serpiente: «Podemos comer del fruto de los árboles del huerto, pero Dios nos dijo: “No coman del fruto del árbol que está en medio del huerto, ni lo toquen. De lo contrario, morirán.”» Entonces la serpiente le dijo a la mujer: «No morirán. Dios bien sabe que el día que ustedes coman de él, se les abrirán los ojos, y serán como Dios, conocedores del bien y del mal.» La mujer vio que el árbol era bueno para comer, apetecible a los ojos, y codiciable para alcanzar la sabiduría. Tomó entonces uno de sus frutos, y lo comió; y le dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió. En ese instante se les abrieron los ojos a los dos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entonces tejieron hojas de higuera y se cubrieron con ellas.” Génesis 3:1-7

Todos coincidimos en que ver no es pecado, pero puede llegar a ser el primer paso hacía la caída. Según Billy Graham, no puedo evitar la primera mirada, lo que no me puedo permitir es la segunda, porque la segunda tiene intención. Eva codició lo que no tenía que tomar, agarró lo prohibido. Y luego “se le abrieron los ojos”, se dio cuenta que todo lo que había dicho Dios era cierto. Y ya era tarde…

  • La codicia se inicia en la intención del corazón.

Dios no solo tiene en cuenta los hechos sino también lo que se manifiesta en nuestro interior. Es decir que si no cometo un pecado por cobardía o temor a las consecuencias, no estamos hablando de una virtud; sino de cobardía, porque de todos modos en mi interior ya he pecado, incluso si todavía no afectó a mi prójimo.

¡Imagínate esta situación!

Te fascinan las cerezas y este año se ven buenísimas, pero están a $32.000 el kilo. De pronto ves que en la vereda de una frutería hay un canasto con una pila de cerezas espectaculares. A medida que te vas acercando, vas elaborando en cómo hacer para manotear un puñado sin que nadie lo note. Y cuando estás a tan solo centímetros de tu objetivo, ves que en el fondo del local está el dueño mirando hacia afuera…. ¡Upss!, plan frustrado.

El análisis es: ¿No robaste porque guardaste tu corazón o porque se complicó la estrategia?

Si fueses el dueño de la verdulería, ¿te gustaría que alguien actúe de esa manera?. Imagínate que Jesús se encontraba en ese mismo lugar y momento, ¿cómo te sentirías?. No pecar, robar o adulterar con hechos porque no puedo, también es pecar desde la codicia y el deseo.

“El temor del Señor es aborrecer el mal“. Proverbios 8:13

El temor a Dios es tener reverencia. Se manifiesta en mi vida cuando desde mi interior rechazo la idea de codiciar y desear lo que prohíbe su palabra.

  • La autoevaluación es el camino que Dios nos dejó para aprender a examinar nuestro interior.

Trazando un paralelismo con un termómetro, podríamos decir:

La temperatura corporal normal se encuentra en 36 a 37°. Aquí se presenta a una persona que desea progresar y disfrutar de su vida. A través de la obediencia a la palabra de Dios, el progreso se da de manera integral (espiritual, emocional, familiar y material). Además, pone en práctica el contentamiento, la gratitud y la generosidad. Y lo eterno es lo más trascendental en esta vida.

Si el termómetro marca 37 a 39°, la temperatura corporal subió y hay fiebre, es decir que hay algo que no está bien en el cuerpo. Nuestro organismo está luchando contra una infección y aquí se identifican algunos “sentimientos que manifiestan codicia”. La persona exhibe angustia, comparación, ansiedad, malestar, irritabilidad y un enfoque terrenal y material.

“También les dijo: Manténganse atentos y cuídense de toda avaricia, porque la vida del hombre no depende de los muchos bienes que posea.” Lucas 12:15

Cuando la temperatura corporal alcanza los 39 o 41°, la fiebre es alta y la situación requiere un tipo de atención urgente. Aquí la codicia echó raíces en mi corazón y logra exteriorizarse mediante acciones pecaminosas y sus respectivas consecuencias. La persona ya ejecuta actos contra Dios, reemplaza la satisfacción eterna por deseos temporales, siembra rivalidad, envidia y da lugar a la lujuria.

En conclusión, los mandamientos de Dios son para disfrutarlos al practicarlos. Ellos me protegen de la muerte que me genera la desobediencia. En una sociedad que impulsa tener el deseo ilimitado y constante de poseer muchas cosas, y sobre todo ajenas, abracemos el mandato de no codiciar lo que es de otros y lo que la palabra de Dios prohíbe.