Pamela Arrechea culminó recientemente su servicio en el ministerio de adolescentes y jóvenes de la iglesia Feliz Encuentro. Tras invertir 20 años en las nuevas generaciones, se concentrará a partir de ahora en el discipulado y la enseñanza de la Palabra. Aquí un repaso de sus aprendizajes y experiencias más destacadas.
Por Isaías Esquenazi

Pamela Arrechea tiene 51 años y pertenece a la iglesia Feliz Encuentro de Posadas. Si bien vivió por varios años en Asunción, Córdoba y Santa Fe, la mayor parte de su vida cristiana se desarrolló en la congregación local. Allí, hace poco más de 20 años, comenzó su servicio y liderazgo en el ministerio nacional de Castillo del Rey.
Luego de trabajar dos décadas con adolescentes y jóvenes, tomó la decisión de abocarse al discipulado y la enseñanza en el Instituto de Educación Teológica por Extensión (IETE).
En una entrevista exclusiva con Diario Encuentro, compartió sus aprendizajes, experiencias y lo más destacado de su paso por Castillo del Rey.
A continuación, lo más importante que dejó el diálogo con Pamela Arrechea:
¿Cómo fueron tus inicios con Castillo del Rey?
El inicio fue muy emocionante. Yo estaba trabajando con células, en un momento difícil de mi vida, y fue ahí cuando Leo y Laura Kinder me comentaron sobre un ministerio que venía y me preguntaron si quería participar. Anímicamente no estaba del todo bien, pero mi trabajo con la célula mostraba sus frutos, entonces les dije: “Yo estoy bien en la célula, pero voy a orar”. Esto ocurrió hace 21 años aproximadamente.
Me fui a casa esa misma noche y estaba una amiga de la iglesia Feliz Encuentro llamada Marisa Almirón. Ella me preguntó si recordaba una profecía que me habían dado a los 24 años. Le dije que no, y ella me repitió todo lo que me había dicho el profeta Sergio Díaz casi siete años atrás en un campamento de jóvenes.
La profecía decía: “Vas a trabajar con una generación difícil de entender pero Dios te va a dar gracia y te va a usar con ellos”. Eso me animó, sentí que venía de parte de Dios porque no había motivos del por qué otra persona me mencionara tan puntualmente algo que me fue dicho a mí y que ni siquiera yo recordaba. Entonces tomé la decisión, me capacité y desde ahí, es decir 2003 o 2004, sentí el apoyo de Dios durante todos esos años.

Todas las generaciones cambiaron muchísimo pero cada vez lo hacían en menos tiempo. Es decir, primero cada 2 o 3 años y después cada año ya era diferente. Pero hasta el último día Dios me dio la gracia y me ayudó a servirle en este ministerio.
¿Cómo era el trato y trabajo con los adolescentes en ese entonces?
Nosotros aprendimos a trabajar por las experiencias de las primeras camadas. Pero a mí me ayudó mucho que Leo y Laura fueran muy puntillosos en seguir las normas que tenía el ministerio. Castillo del Rey ya estaba trabajado y pensado, obviamente había algunas adaptaciones según la cultura de cada lugar, pero siempre tratábamos de cumplir con lo pautado. Y también teníamos capacitaciones con personas que venían de Buenos Aires.
Año tras año el ministerio creció con la incorporación de nuevos líderes también.
¿Cuáles fueron los mayores desafíos del ministerio?
Generalmente eran los cambios que había de generación en generación. Requería de adaptación y de capacitaciones. Empezamos en un momento donde los chicos no tenían celular, y de golpe todo se volvió tecnológico, hasta las formas de comunicarnos con ellos. Aunque fueron pocos años en cuanto a tiempo, eran muchísimos años en cuanto a formas, y eso nos obligó a aprender a cómo relacionarnos con ellos, al mismo tiempo que nosotros crecíamos en edad.
Cuando me relacionaba personalmente con ellos, Dios obraba y me respaldaba. Pero para poder llegar a ellos, tuve que adaptar mi forma de comunicarme y aprender de ellos. Fue un desafío muy lindo y me mantuvo en “onda”. Siempre fueron chicos de 12 a 17 años. Lo que fuimos cambiando era la recepción, el material y las metodologías de trabajo según el pensamiento que tenían.

En esas etapas de cambio, Dios me dió una visión respecto al trabajo con los chicos que daban el paso de estudiar en una facultad o de formarse para su ministerio. Él me mostraba cómo orientarles y me daba palabra para ellos. Y también me gustó mucho recibir a los chicos en “la previa” o “rediles”, ese trabajo con chicos de 12 o 13 años que estaban entrando a Castillo.
Por encima de lo ministerial o de las actividades que teníamos, el objetivo era de que conozcan a Dios y puedan relacionarse con Él. Siempre pensaba en ellos y en un futuro integral. Y es gratificante ver hoy en día como chicos que fueron castilleros se casan, tienen hijos y forman sus vidas.
¿Recordás algún testimonio o momento puntual que te haya marcado?
Lo que me queda marcado es que el ministerio era de los chicos. Nosotros les ministrabamos, enseñabamos o guiabamos pero eran ellos los que predicaban en los viajes misioneros, por ejemplo. Me impactó cómo Dios abría las puertas y nos permitía ver a nuestros chicos predicar en iglesias grandes o que hagan coreografías en diferentes púlpitos.
Creo que todo esto vino desde la cabeza, ya que nuestro pastor Carlos Sokoluk nos dio libertad y eso fue admirable y respetable. Él confió totalmente en nosotros. Le decíamos “Pastor vamos a llevar 30 pibes a Iguazú, de 12, 13 y 14 años”, y él ponía la firma. Esa confianza hizo crecer el ministerio y permitió que cosas increíbles ocurran en el mundo espiritual.

Poder ver a los chicos predicar, sanar enfermos o ministrar personas grandes con esa fe de niños, y nosotros solo mirando desde un costado, eso impactó mi vida y fueron de las cosas que más me gustaron.
¿Cómo llegaste a la conclusión de culminar tu servicio en Castillo?
Se dio de una manera muy linda. Ya tenía esa idea en mi cabeza y mi hijo cumplía 13 años y yo sentía que tenía que darle el espacio que él necesitara. No quería que sea una decisión humana, entonces le oré y Dios me respaldó en mi decisión de crecer con la célula. Me había determinado a poner mi energía y fuerza en el liderazgo e involucrarme más bajo el pastorado de Zebadías y Florencia Escobar.
Me tomó un año hacer esa transición y lo logré. Empecé a participar en los encuentros, a activar más a mis discípulas y de a poco fui dejando lo otro. Respecto a Leo y Laura, con una amistad de por medio, nos dijimos que nos íbamos a extrañar mutuamente. Ellos entendieron y estaban agradecidos de que la transición se realizó formalmente.
¿Qué representó Castillo del Rey en tu vida?
Tengo muchos años de cristiana, sin embargo Castillo ocupó la mayor parte de mi vida cristiana. El Ministerio hizo que en muchos momentos difíciles e importantes, encuentre personas que sostengan mi vida.

Voy a extrañar Castillo del Rey. Siempre fue de bendición y me sostuvo, y estoy segura que recibí mucho más de lo que dí. Es un Ministerio totalmente formado, yo lo necesitaba más de lo que ellos de mí.
¿Cuál es tu deseo para las próximas generaciones de líderes y adolescentes?
Creo que Dios supera cualquiera de mis deseos, Él está involucrado en lo sigue de aquí en adelante para Castillo. Pero uno de mis deseos es poder ver que Dios continúa levantando líderes que asuman el compromiso de equipar a los adolescentes en sus ministerios y llamados.
Pero estoy segura que todo esto va a ser menor a lo que Dios tiene planeado.